domingo, 17 de septiembre de 2017

La antigua alqueríia de El Algar de Alhama de Granada. Salvador Raya Retamero


         Recopilamos aquí la información documentada en la Historia General de Alhama y los cinco lugares de su jurisdicción…, (Hispania, 2017, 2 vols.) para reseñar otra de las antiguas alquerías antiguas y medievales que existieron en la comarca de Alhama de Granada.
         Algar es un topónimo que figura con relativa frecuencia en la documentación, a veces, como una alquería más. Debe corresponder con un espacio situado en el término de Cacín, pues con frecuencia se le nombra en la documentación con este nombre, como Algar de Cacín, espacio dónde poseía el capitán Hernando de Cuenca Carrillo un cortijo.
         E todos los heredamientos e tierras e casas que nos los dichos conde e condesa avemos e tenemos e poseemos en la çibdad de Alhama e su tierra con los lugares de Caçín y Algar y Fornes que son en término de la dicha çibdad de Alhama, en el Arçobispado de Granada.
         Cacín, Fornes y el Algar fueron propiedad, en gran parte, del Conde de Tendilla, que las explotaba mediante arrendatarios. Cacín, Fornes y el Algar en el siglo XVI. Fueron compradas en gran parte por el primer Conde de Tendilla; pasaron a su propiedad, en los orígenes de la formación del Concejo, hacia el final del siglo XV. El Conde lo reconoce en una carta fechada el 16 de diciembre de 1512, dirigida a Antón López de Toledo: En lo que toca a Caçín y a Fornes y Algar, si algo paga, que son mías, os pido de graçia que trabajes que suspenda o pagadlo vos por mí.
         Perteneció al Conde De Tendilla y al Capitán Hernando de Cuenca Carrillo que, como el Conde, pedía licencia correspondiente para cortar madera y hacer tres cuerpos de casa en su cortijo del Algar, incendiado por los moros sublevados, y se le autorizó para cortar en la Hoz de Cacín y pagos del Algar, en los realengos. Que estos espacios fueron realengos, lo vemos confirmado en 1578, cuando los regidores Juan de Ágreda y Pedro Ramos informaban sobre el encargo recibido de ver a unos carboneros del Capitán Hernando de Cuenca, que hacían carbón de encinas en el Algar, donde había taladas 200 encinas caudalosas y otras muchas de las pequeñas: todas en tierra que no había sido arada ni era de Hernán Carrillo, sino que se quedó por monte sin medir, en la medición de Pedro López de Mesa, juez de comisión, por lo que se requiere se haga justicia, castigando conforme a las leyes y pragmáticas reales; al mes siguiente, se volvió a confirmar que los espacios eran realengos, por lo que se autorizó al jurado Pedro Ramos para cortar, en el pinar de Cacín, 60 pinos carrasqueños, para hacer una casa en el Algar de Cacín.
         Otra consecuencia de la crisis económica del último tercio del siglo XVI fue la ampliación de los pastizales arrendados a ganaderos forasteros: meter a herbaje, para ganado menor de cabras y ovejas el espacio comprendido en el río Cacín arriba, desde la Angostura, hasta las vertientes de la ciudad y la mojonera de Granada, Algar, Fornes, Arenas y Jayena.
         Todo indica que en estas fechas se respiraba un ambiente de entusiasmo por el desbroce y apropiación de los montes públicos, en el que participó todo el que pudo. Por ello, esta dinámica no sólo se practicó en las alquerías sino fraudulentamente en los realengos, pues, en la inspección realizada en el Robledal, Játar y hornos de carbón que se hicieron en Algar, en tierras del capitán Hernán Carrillo, resultaba que las tierras roturadas eran de realengo. Y el Capitán solicitaba traspasar la suerte, que obtuvo en Arenas, a su hijo Francisco Carrillo.
         De todo ello, se infiere que El Algar habría sido una pequeña alquería de menor entidad que las restantes, asimilada a Cacín desde el siglo XV y, por tanto, ni ésta ni Cacín o Fornes pertenecían al Conde de Tendilla en su integridad.
José Ventalló Vintró, en su Viaje a la Nueva Cataluña, es bien preciso en su localización:
         Descenso hacia Játar, población del Algar. Pocos paisajes pueden verse tan hermosos como el que se ofreció a nuestra vista, apenas abandonamos la Venta del Fraile, del camino de Agrón. Al llegar a la cuesta de Majaroz, pudimos contemplar una vasta llanura que riega el río de Alhama y despliega al sol los lujosos mantos de una espléndida vegetación. Y allá, a lo lejos, en el fondo del cuadro, asoma una negra colina do se destacan las blancas casas construidas en Játar, que asemejan un rebaño de ovejas, y en el último término, las caprichosas y nevadas cumbres de Sierra Tegea, para dar más singular encanto al panorama. Descendimos, no sin la precaución de bajar de nuestras caballerías, la empinada cuesta de Majaroz, llegando a la orilla del río, donde levanta sus rojizos muros la torrecita de Algar, convertida en modesto ventorrillo. Allí, nos contó el guía, que junto los muros de la vieja torre, existen vestigios de una antigua población que se llamaba Algar y que da nombre al río. Todo hace creer que allí hubo un pueblo más o menos grande. En diversas excavaciones que se practicaron por aquellos alrededores, se han encontrado cimientos de edificios, tarros antiquísimos, ladrillos, tejas y huesos humanos esparcidos acá y acullá.
         La posición que hubo de ocupar el pueblo era excelente; a la orilla del río, en una inmensa llanura circular, llena de exuberante vegetación y limitada por un espléndido horizonte de montañas.

         Camino de Arenas. Cruzamos el río de Algar, que a la sazón era bastante caudaloso, y emprendimos el camino de Arenas, que sigue las ondulaciones del río de Játar.